El Jardín Secreto (2015)

Por tercer año consecutivo, el 18 de julio se inauguró la tercera edición del Jardín Secreto que crece en el huerto del antiguo monasterio benedictino de Oña. Una veintena de obras se han incorporado a la exposición al aire libre, que se han unido a otras que permanecen y aguantan las inclemencias meteorológicas y el paso del tiempo. Otras piezas han sido reubicadas e invitan a ser redescubiertas por el paseante. En cualquier caso, 2015 parece un año de transición en la muestra, condicionada por las elecciones municipales de mayo y por las obras en el interior del convento, que han alterado el recorrido habitual.

Pero, aunque parezca una paradoja, el Jardín Secreto comienza con fuerza en un espacio cerrado, en la portería de convento, donde la Escuela Municipal de Cerámica de Aranda de Duero, dirigida por Miguel Ángel Martínez, Delso, expone su instalación «Los otros a tu lado», compuesta por un conjunto de huevos gigantes de golondrina, donde se utiliza la precisión matemática para crear armonía, ritmo y poesía: cada huevo es una historia y todos ellos conforman un sueño. Por cuestiones técnicas, la composición se presenta en esta ocasión incompleta, ya que le faltan las golondrinas volanderas, también de cerámica, campeando sobre su nido comunitario. Un vídeo de Gregorio Méndez alusivo a estas aves y otro sobre el proceso de creación de la obra, en la que han participado más de veinte alumnos, completan esta instalación artística, que ha sido exhibida también en Francia y Portugal.

 

El propio Delso (www.delso.net) expone en la portería varias piezas agrupadas bajo el título «A través de la ventana». Se trata de un conjunto de esculturas donde la arcilla modela una visión de los paisajes que nos rodean, tanto los edificios desafiantes de las ciudades como los paisajes montañosos de nuestros pueblos. Una gran pieza de hierro de Delso centra también nuestra atención cuando entramos en la portería, siguiendo la línea que nos introduce en el interior del convento, a través del patio de San Íñigo.

Ya en el interior del recinto de los jardines benedictinos, aunque al aire libre, nada más hacer girar la llave del portón y pasar bajo su dintel, nos encontramos a un monje rezando que Jesús Montoya ha perfilado con puntas clavadas en la pared y con lanas, en una obra que ha titulado «Oración». Ya en el edificio noble, en dos ventanas, Marta Martínez ha pintado su «Buscaré…», una vistosa interpretación de la Alicia de Lewis Carroll. También lleno de colorido es el carro reciclado y habilitado en esta edición como una casa para pájaros sin hogar, firmada por Dorien y Zaldívar, de la asociación Imágenes y Palabras.

Debajo del famoso parral del convento, Mariano García ha colocado una escultura helicoidal, fabricada con material reciclado, que en lugar de hundirse en la tierra parece querer taladrar el aire inasible.

Andrew Pick y Luiso Orte comparten fachada y utilizan cada uno dos ventanales para contarnos su particular visión del más allá. Pick lo centra en la cosmología, con «Otros Mundos» y «Galaxia», y Orte prefiere explorar al hombre que libera su espíritu en lo más recóndito de su ser, con las pinturas tituladas «Al final» y «Ascesis».

Seguimos adelante hasta situarnos ante el viejo palomar. A la izquierda nos encontramos con el paso cerrado por obras, con unas hormigas gigantes al fondo saliendo de las entrañas del monasterio. A la derecha nos encontramos con otras dos obras que ocupan sendos ventanales en un pequeño edificio. Julia Contreras ha pintado su «Hestia», una diosa griega, hija de titanes, que cuida de que tengamos un techo bajo el que vivir y un fuego que alimente el hogar, y Álvaro Tricio ha creado su vistosa y esquemática «Danza Indaliana», con reminiscencias almerienses.

Subimos las inevitables escaleras para poder seguir nuestro recorrido por este Jardín Secreto y nos encontramos con una bella y melancólica mujer tumbada bajo la sombra de una conífera, invitándonos a parar y a reflexionar sobre lo que estamos viendo a lo largo del trayecto. Es una obra de Paco Ortega titulada «Desnudo».

Si continuamos de frente y atravesamos el paseo central, en un plano más elevado del jardín, nos topamos con el ojo gigante fotografiado por Luis Mena, que como un hermoso cíclope de «Mirada» tierna vigila nuestros juegos infantiles o seduce nuestros sueños de adulto, según quién mire. Más arriba todavía, nuestra vista se fija en la pureza de «Ariadna», que su madre, Pasífae, ha tejido entre los troncos de los castaños de Indias.

Enfilamos el paseo de los Tilos y al fondo de la ría, en una de sus paredes, Alberto Martínez ha colocado sus emoticonos, que bajo el título «Sonríe» nos invitan a adoptar una actitud positiva ante la vida.

Al fondo de los estanques del siglo XVI, Chata Terrades ha colocado su enigmático retrato de una mujer. «Una interpretación» sigue acechante nuestros pasos y, sea cual sea la dirección que tomemos, sus ojos siguen clavados en nosotros, aunque caminemos de espaldas. Difícil salir sin inquietud de este paraíso de agua que es el manantial de Valdoso. Nadie dijo que combinar naturaleza y arte produjera, necesariamente, sosiego en el espíritu.