Circuito entre Rojas y Santa Casilda (14 kms)

Castillo de Rojas de Bureba (Burgos)

A pesar de los malos augurios del hombre del tiempo, la mañana del 18 de abril de 2015 tuvimos suerte y no cayeron sobre nosotros los anunciados chaparrones. Fuimos de excursión en esta ocasión 17 personas. Ni una aguarradilla se precipitó sobre nuestras cabezas en todo el camino por uno de los rincones más sorprendentes de la comarca de la Bureba: el entorno entre Rojas y Santa Casilda. Incluso salió el sol para almorzar en Santa Casilda y subir al castillo de Rojas.

Salida desde Rojas

Dicen que el nombre de la histórica localidad (fue centro de una cuadrilla burebana de veinte pueblos) viene del color de las tierras que rodean el pueblo. Es cierto que las hay rojas, pero también, y en abundancia, blanquísimas. Tierra de sabor… y de color. Si hubiera una ermita que se llamara San Mamés, como en los vecinos montes de Obarenes, quizá se pudiera sacar otra conclusión… Como nosotros somos de Oña, diré que en el cartulario de su monasterio aparece el nombre de «Rogias», en un documento del 13 de agosto del año 1087. En él se habla de una serna en Solas (actual Llano de Bureba) que limita con el camino que va de Lences a Rojas. Se menciona también un río Lacedo y un término denominado las Peñillas.

Campos de Colza, con el San Torcaz al fondo

Rojas fue el punto de salida y de llegada de nuestra marcha. Hicimos una vuelta circular. Nos dirigimos por la nueva pista que une Rojas con Buezo. A nuestra espalda dejamos una granja al pie de un otero llamado Santiuste, donde hubo una ermita bajo la advocación de los santos Justo y Pastor. Sus 16 canecillos románicos y una mesa de altar con el escudo de los Rojas, que estuvo en el Ayuntamiento, fueron vendidos, según cuenta Esteban Robledo, que fue un párroco de Rojas preocupado por el patrimonio. Olvidamos este expolio caminando entre unos campos de colza amarillos, que producen en nuestra retina un bello contraste con el verde del trigo recién nacido. En esta zona, en el llano llamado de Marimena (en los mapas actuales está el topónimo Marisalinas), Enrique IV, que reinó en Castilla entre 1454 y 1474, pasó revista a su ejército. Lo cuenta Madoz en su famoso diccionario. Otras historias hablan de que Enrique III fue por aquellas tierras para cercar el castillo de Rojas y rendirlo por hambre para castigar una rebelión contra el rey. Desconozco si los dos hechos sucedieron así, pero, en vista de la cercanía de Santa Casilda, Virgen que tiene mano para las cuestiones de la fertilidad, se apodera de mí la sensación de que fue Enrique IV, apodado el Impotente, el que se acercó al santuario para comprobar si sus males tenían remedio. O tal vez estuvieron ambos y esta sea tierra de enriques y de enroques, de monedas de oro y de torres de piedra

Último repecho de subida a la cima del San Torcaz

Al poco tiempo, abandonamos las pistas, giramos a la izquierda para alcanzar por un camino ancho, rodeado de carrascas, el collado que se ve a un costado del monte San Torcaz, el más alto de la zona, con 1.047 metros, y desde el que hay unas vistas magníficas de toda la Bureba. Se aprecian los límites de la comarca desde Poza hasta Oña, desde Oña hasta Pancorbo, además de divisar toda la sierra de la Demanda más hacia el este. Es una vista de 180º digna de contemplar. En la cima hay un vértice geodésico y un buzón. Es visible también un gran acumulo de piedras, tal vez procedentes de la ermita de San Torcuato que estuvo allí.

En la cumbre del San Torcaz

Homenaje de los campos de colza a Chillida, visto desde la cima del San Torcaz

Por la misma senda, desanduvimos el repecho hasta el collado y seguimos ruta hacia Santa Casilda. Llegamos al pozo blanco, donde surgen unas aguas cristalinas que son el nacimiento de arroyo de Santa Casilda. En la Antigüedad debió llamarse Papagón, según nos dijo el guía de lujo que llevábamos en la excursión, Juan Contreras, natural de Rojas.

Santa Casilda

Subimos hasta el santuario. Allí repusimos fuerzas. Descendimos a continuación hasta el pozo negro, el que dicen que tiene aguas con propiedades curativas. En un cartel se puede leer que el procedimiento es mojar una prenda y colocársela encima al enfermo. Nadie probó, bien porque nadie padecía mal alguno o porque el remedio iba a acarrear mayores problemas, como una pulmonía.

Los pozos de San Vicente, el blanco y el negro

Desde el Pozo Negro sale un camino agradable que atraviesa, a la altura de la iglesia, la pequeñísima localidad de Buezo. Salimos a la carretera a la altura de una cascada y de unas ruinas que fueron una antigua fábrica de luz, pero no con el agua del arroyo de Santa Casilda, sino con el agua procedente de una surgencia que nace en un cortado, llevada hasta la central hidroeléctrica a través de un canal, cuya pared de piedra se puede apreciar todavía a media ladera. Tomamos de nuevo la pista entre Buezo y Rojas (pero en el extremo contrario al inicio), y un kilómetro después nos desviamos a la izquierda hacia el desfiladero de las Cuevas. Antes nos encontramos, en el término de la Nava, con una plataforma de cemento donde hubo una prospección en busca de oro negro. Se encontró gas. El agujero está sellado con una chapa. Pero los sabuesos del fracking no tienen olvidado este yacimiento…

Plataforma para facilitar la prospección petrolífera

Este es otro pozo, el del petróleo

El desfiladero es corto pero interesante. Sorprende que esté en medio de la Bureba. El arroyo ruge con fuerza. Junto al fresco sendero hay una enorme cueva, donde ahora han colocado una Virgen, quizás para evitar que se convierta, como antaño, en refugio de improvisados amantes. Al salir del desfiladero nos sorprende que el río se despeña formando media docena de rápidos que caen ruidosos por un salto de unos veinte metros.

Cascada múltiple a la salida del desfiladero de las Cuevas

Una de las cuevas del desfiladero Elevador del molino

Una conducción ha robado parte del agua al cauce para llevar agua a un molino que está debajo. Ese día estaba a reposar y dos aliviaderos de la acequia devolvían el agua en forma de cascadas al rivero.

Cascada con el sobrante del canal que va al molino, con la Mesa de Oña al fondo

En el molino observamos un ingenioso artilugio con ruedas de madera ideado para cargar y descargar las talegas. Seguimos el curso del arroyo y llegamos hasta Rojas. Atravesamos todo el caserío y nos dirigimos hasta el castillo. Antes paramos a echar un trago en la fuente del pueblo. Es la misma agua que embotellan en el pueblo de al lado, en Quintanaurria, procedente del manantial de Santolín, y que comercializa la empresa Coca Cola con el nombre de Aquabona. Los pabellones se ven desde el castillo. En tiempo del abad dom Pedro, el monasterio de Oña recibe de Urraca Alfonso varias tierras de Quintanaurria, en los términos de Prado, valle de don Bela y en «Sancto Antolino», en este caso un pedazo que limita con propiedades de Diego Alfonso y Mari Peláez.

Ruinas del castillo de Rojas, con Santolín al fondo y a la derecha

Lienzo trasero del castillo de Rojas

Un cartel anuncia que la fortaleza es del siglo X, pero las ruinas que observamos más parecen del siglo XIV (al parecer Sancho de Rojas lo reconstruyó hacia 1300). La forma de las ventanas es una de las pistas. Sorprende una en todo lo alto haciendo equilibrios para no caer al vacío y convertirse en una ruina sobre las ruinas. Conserva también saeteras. Se aprecia lo que fue la torre del homenaje, una sala con bóveda de cañón y la muralla exterior. Es un castillo de gruesos muros (al menos dos metros de anchura) y eso le permite sobrevivir a duras penas. De la mitad hacia arriba está construido con piedra de toba procedente de Buezo. En el siglo XIX fue dinamitado. Muchas de las casas de Rojas se levantan sobre sus piedras, incluso la cerca de una huerta que está en el camino de subida. Es un milagro que alguno de sus lienzos siga en pie, como refleja esta jota popular.

El castillo de Rojas…

se está caendo

y una pulga y un piojo

lo están sostuviendo.

Bajamos del castillo y vemos, ya en las fincas, algunos restos de piedras. Al parecer hubo allí un convento: Nuestra Señora de los Cinco Altares. No nos detenemos y vamos derechitos al bar de Rojas, donde, tras tomar una caña de cerveza, nos espera una alubiada con todos los sacramentos bendecidos por Santa Casilda. Como dice un paisano: «Yo soy ateo, no creo en Dios… Pero a Santa Casilda ni se os ocurra tocarla…». Tenemos tiempo también de leer una placa colocada en la fachada de las antiguas escuelas en agradecimiento a la labor de doña Feli, la maestra de las niñas de Rojas y madre de Juan Contreras. Durante la excursión salieron a colación algunas canciones populares…

Salas y Solas,

Piérnigas y Rojas,

Penches y Barcina,

Zangandez y La Molina,

Tobera, Ranera,

Valderrama y Quintanillabón…

Cuéntalas varón,

que doce villas son.

Cuando los mozos llevaban ya unas horas de fiesta acumuladas, el penúltimo verso cambiaba de palabra, pero no se modificaba la rima ni el resultado final de la retahíla: «Cuéntalas cabrón, / que doce villas son». A pesar de la caminata y de las alubias, tuvimos fuerzas para ir con los coches hasta la ermita románica de San Martín, próxima a Piérnigas. Es un edificio robusto (con contrafuertes numerosos y muy juntos), pero sobrio, incluso insustancial, en cuanto a decoración. Llama la atención su tejado de lajas de piedra. Unos hicimos la vuelta a Oña por Aguilar y otros por Quintanilla cabe Rojas, un pueblo donde han colocado un tanque sobre un montículo perforado por los abejarucos para hacer sus peculiares nidos. Cuando uno ve estas cosas añora los castillos como sistema de protección del territorio.

Ermita románica de San Martín, en Piérnigas

Sin palabras

Nidos de abejaruco

Placa en homenaje a Feli, la maestra y madre de Juan Contreras

Una piedra del castillo, con el escudo de los Rojas, reciclada en una casa de la villa