Camino del Hornillo. Quintanaélez-Oña (16,5 kms)

El Hornillo, un chozo de pastores

El primer sábado de mayo de 2015 subimos al autobús en la plaza del Convento de Oña, ahora dedicada al conde Sancho García, y nos dirigimos hasta Quintanaélez, punto de partida de la tercera marcha de esta primavera. Tampoco nos mojamos, aunque la niebla permaneció durante bastante tiempo pegada a la sierra.

Salida de Oña

Desde el mismo pueblo de Quintanaélez tomamos un «camino verde» en dirección a las impresionantes Peñas de San Juan, tras las cuales existió un monasterio llamado San Juan de Entrepeñas (del que apenas se adivina el cimiento de uno de sus muros laterales, el cierre por el este). Las Peñas de San Juan forman la base del macizo de Pan Perdido, cuya cumbre no pudimos ver debido a la niebla.

Camino de las Peñas de San Juan

Foto de grupo bajo las Peñas de San Juan, tapadas en parte por la niebla

Por debajo de las Peñas de San Juan pasa el llamado camino viejo de Navas, que llega hasta el portillo de Busto (aunque se pierde en buena parte de su trayecto original). Y de las Peñas de San Juan nace el camino del Hornillo, llamado así por una modesta construcción pastoril que esta junto a él. Es un chozo medio rupestre que se asemeja a un pequeño dolmen. El camino es precioso, aunque las abundantes nieves del invierno han hecho un verdadero destrozo en el arbolado y numerosos troncos y ramas han caído sobre el camino. El trabajo de desbroce realizado durante el verano no quedó muy lucido por ese motivo. El Hornillo pertenece al término municipal de Quintanaélez.

Grupo en el Hornillo

El camino del Hornillo nos sirvió para evitar las pistas que transcurren por la zona llana y para incorporarnos a la senda del portillo de Navas a media ladera, antes de las Escalleruelas (la parte de roca tallada para facilitar el camino, en forma de escaleras en algunas partes). A partir de ahí, fuimos en busca de la niebla, que nos envolvió durante un buen rato.

La Bureba, desde las Escalleruelas, bajo una boina de niebla

Refugiados tras la roca del Alto de Navas

Por entre la niebla bajamos a encontrar el camino que atraviesa la sierra de Oña de forma longitudinal. Llegamos hasta los tejos que están en la garganta de la Balsa, donde antes hubo una fuente que se tapó con vellones debido a una disputa en tiempos de los jesuitas de Oña y que hizo que el manantial se ocultara y ahora surja ladera abajo. Atravesamos los tejos para guarecernos del viento y almorzamos mirando al valle de Penches y Barcina.

Salida del vallejo de los tejos de la Sierra

Por las verdes y mullidas praderas de la Sierra nos acercamos hasta la laguna, con bastante agua, y tomamos el portillo del Mercado para descender ya hacia Oña. Las incipientes hojas de las hayas tenían un bello color verde. Llegamos a la calle de las hayas (la que han hecho para separar las frondosas de los pinares) y, en vez de bajar hacia Penches por el camino balizado, seguimos la pista hasta encontrar un desvío a mano derecha que nos llevó hasta el camino de la Gargantilla, más debajo de la senda del Ortigal, justo en el término de las Arenas.

Cruzamos a derecho por un campo recién sembrado y, por Cuesta el Mazo, tomamos el antiguo camino de las Arenas o de la Industria, hasta desembocar en la carretera de Penches tras atravesar un oculto puente de piedra que permite pasar a la otra orilla de la torca. En las Arenas, junto a una parte del camino ya intransitable, nos detuvimos a bailar con un escondido rodal de roble albar (Quercus Petraea), un tipo de árbol no muy común en el Parque Natural de los Montes Obarenes.

En las Arenas, con Cuchillos al fondo.

El color verde claro de las hayas destaca entre los pinos

El grupo junto a los robles albares de las Arenas

La agradable sorpresa fue encontrarnos en la bajada la ebullición del fresno de flor (Fraxinus ornus). Es una rareza por estas frías tierras, no es autóctono (es propio del Mediterráneo), pero no deja de ser un espectáculo su floración concentrada en el valle que sube de Oña hacia Penches, en la misma carretera, donde crece salvaje, lo mismo que ocurre en el desfiladero de la Horadada. Fue una pirueta del destino: un camino que hicimos desde el horno sin pan de Quintanaélez hasta los olorosos ornos de Oña.

El monte de flora autóctona moteado con la blancura del fresno florido, en la subida de Oña hacia Penches