Durante la Edad Media
Tamayo es en la actualidad un núcleo despoblado –con algún habitante ocasional- integrado en el municipio de Oña y situado a una distancia de algo más de un kilómetro de la villa condal. La etimología de Tamayo es incierta y la primera aparición del topónimo se produce en el año 993, en un documento de venta de una heredad formada por viñas, manzanales, huertos y casas. Después, en el año 1011, Tamayo aparece como una de las posesiones con que se dota al monasterio de Oña, fundado por el conde de Castilla, Sancho García.
Tamayo estuvo poblado por infanzones y personajes de la baja nobleza. Las torres de los García de Salazar, de las que apenas queda hoy una pared, datan del siglo XV y formaban parte del mayorazgo. El monasterio de Oña denunció ante el rey que la fortaleza se había realizado en su término y pidió su derribo, aunque no lo consiguió.
El cronista benedictino del siglo XVII, Gregorio de Argaiz, asegura que vio en un documento que poblaron el lugar dos hijos del Cid, Fernando y Falcón Rodríguez. Sea como fuere, hay noticias de que un hidalgo de la villa, Martín Alonso de Tamayo, protagonizó un desafío famoso en los tercios de Flandes del emperador Carlos V.
Tamayo estaba situado en el antiguo camino medieval que unía la Bureba con las Merindades y aprovechó pronto ese tránsito de viajeros y mercancías. Hay noticias de la existencia de una venta y es conocido también el gran desarrollo que tuvo el oficio de arriero.
Durante el siglo XVIII
En las Respuestas Generales del Catastro del Marqués de la Ensenada (1752) se indica que en Tamayo había 59 caballerías mayores que “sirven para el trato de la arriería”. En total están censados 13 arrieros “que con sus requas comercian a los puertos de pesquería”, en Roa, Peñaranda y otras partes. Además de los arrieros están anotados un tejedor de lienzo y 6 jornaleros. El médico, el cirujano y el boticario venían de Oña.
En 1752 había 23 vecinos y 10 viudas y mozas solteras, además de un mozo soltero y un pastor. Hay también 6 niños pobres y una mujer que pide limosna por las puertas y 3 sacerdotes. Se registran 43 casas, de las que únicamente 28 están habitadas. Existe también constancia de tres ermitas fuera del núcleo de la población, las de las Nieves, San Sebastián y San Frutos. De las dos primeras quedan algunos restos.
Tamayo era entonces, según la descripción del Catastro, un término que se limitaba al casco del lugar, un montecillo de encinas y pinos y como 50 obreros de viña y guindal. Un terreno que era muy reducido y que hacía que sus habitantes tuvieran en Oña la mayor parte de sus bienes raíces.
El Catastro del Marqués de la Ensenada nos muestra una configuración urbana de la villa bipartita, con un Barrio Bajero y un Barrio Encimero, separados por la calle de En medio. Está también la calle Real. En torno a este núcleo se establecen otros periféricos llamados Barrio de las Peñas, Barrio de la Rueda, Barrio de las Torcas, Barrio de las Cuevas, Barrio de la Eras y Barrio de Valderrama.
Del siglo XIX en adelante
Un siglo después, el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórica de España (1849), de Pascual Madoz, eleva a 70 el número de casas de Tamayo, además de una escuela de primaria. La población es de 25 vecinos y 90 habitantes, que viven del cultivo de cereales, legumbres y fruta y de la cría y caza de perdices y palomas. También fue importante la producción de vino, que nos ha dejado la existencia de numerosas bodegas excavadas en la piedra arenisca.
Madoz recoge la noticia de un terremoto que en 1848 pudo hacer desaparecer a Tamayo del mapa. Un arriero fue a avisar a la población del movimiento de tierras, que duró dos días:
“Las piedras se sacudían unas con otras; la tierra ostensiblemente avanzaba hacia el lugar; el viñedo y árboles frutales que allí había desaparecieron, convirtiéndose aquel sitio ameno en peñasco árido y escabroso, las lomas y colinas en llanos, los llanos en terrenos desiguales y elevados. Ninguno conoce sus heredades, por haberse borrado las señales de sus respectivos linderos. Uno busca su heredad del trigo en punto donde a su parecer debía estar, y la encuentra sembrada de patatas, y así lo demás; de suerte que nadie absolutamente conoce sus propias fincas (...). El cielo se cubrió como de polvo por aquella parte donde tuvo lugar esta catástrofe, que afortunadamente no llegó en el pueblo de Tamayo más que a una casa que derribó”.
El declive de Tamayo comenzó cuando se desvío la carretera por el otro lado del río Oca y la villa quedó aislada, aunque todavía permanecen en la memoria oral los últimos arrieros que transportaban fruta a Santander y regresaban con pescado.
En la actualidad Tamayo es un conjunto de casas en ruina, de buena piedra, que se quedaron deshabitadas en la segunda mitad del siglo XX. La mayoría de sus vecinos se trasladó a Oña.