“Los judíos de Oña: Una historia inacabada”, López de Gámiz, XXXV, (2003), pp. 7-17.

Por Eduardo Rojo Díez

El artículo comienza rastreando los nombres y las actividades de los judíos que en la Edad Media estuvieron vinculados a Oña. En 1259 la documentación nombra a Samuel, hijo de Salomón, en la compraventa de un parral. Es el primer testimonio directo de la presencia judía en Oña, aunque en su cartulario hay antropónimos hebreos anteriores en los que no se especifica su procedencia o domicilio. El poderío económico del monasterio benedictino, fundado en 1011, y el permiso real para celebrar mercados en el año 1203 consolidaron la presencia judía en Oña, vinculada a tareas artesanales, comerciales y prestamistas. Con el permiso del abad del convento se encargaban también de cobrar las rentas y tenían además derechos en las salinas de Poza de la Sal, por ejemplo.

Los onienses de religión judía vivieron repartidos por todo el pueblo y así lo atestiguan propiedades de casas en varias calles, aunque hay noticias de que la sinagoga, a finales del siglo XIV, se encontraba en el barrio de la Maza, fuera del recinto amurallado. En torno a la sinagoga, eje de la vida judaica -no sólo religioso, sino también social y cultural-, se forma un núcleo hebreo. Se calcula que los judíos eran el 10% de la población de la villa.

La sinagoga del barrio de la Maza ha desaparecido y durante muchos años se ha creído que este edificio religioso era una casa, con bellos arcos interiores y con un saledizo, situada en una de las calles más antiguas de Oña, la calle Barruso. La confusión tal vez provenga por el hecho de que los judíos y el abad del monasterio tuvieron un conflicto por hacer ese saledizo en la sinagoga de la calle de la Maza.

Lo cierto es que los judíos estuvieron mucho tiempo viviendo dispersos por el pueblo, aunque en esa misma calle Barruso hay una casa en la que todavía se conserva una mezuzá en el arco de entrada. En este caso no es la habitual caja de madera, sino que se trata de un hueco en la piedra que después se tapaba para disimular la condición de judíos. Los hebreos tocaban con la mano esa hendidura camuflada al salir de casa porque dentro había un pergamino con un pasaje en miniatura de la Torá.

Con la expulsión de 1492, la sinagoga de Oña pasó de nuevo a manos de los benedictinos, que la alquilaron a particulares. Están también documentadas las habituales querellas para ajustar las cuentas entre los que expulsaron y los que se quedaron.